|
Reforma Protestante: Castillo fuerte es nuestro Dios |
Reforma Protestante: Castillo
fuerte es nuestro Dios El 31 de octubre del 2020 celebramos 503 años de la Reforma protestante, cinco siglos que registran la historia de un movimiento que ha afectado la iglesia y que no podemos negar ni desmerecer. El agente principal de la Reforma fue el profesor de teología Martín Lutero (1483-1546), un monje agustino que vivió en la ciudad de Wittenberg, Alemania. Allí recibió su doctorado en Teología en 1512, y empezó a enseñar la Biblia como profesor, cargo que mantuvo hasta el día de su muerte. Su erudición lo hizo plenamente consciente de la santidad de Dios, en contraposición con el tormento de su propio estado pecaminoso, y lo dirigió a la búsqueda de la reconciliación con Dios a través de sus esfuerzos personales, de acuerdo con las enseñanzas y prácticas de la iglesia de su tiempo. La búsqueda infructuosa culminó con la perspicacia y la iluminación de su mente y de su espíritu, con la convicción corroborada por las Escrituras vivientes e impactantes: el creyente es justificado por la fe, no por medio de sus méritos personales. El escrutinio de las Escrituras lo llevó a expandir su
entendimiento y a postular noventa y cinco tesis, que expresaron su
asesoramiento de las aberraciones y criticaban ciertas prácticas de la Iglesia
católica. El 31 de octubre de 1517, en vísperas del Día de Todos los Santos,
Lutero clavó las tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo, en Wittenberg.
Este hecho no fue un acto de provocación o desafío, como muchos han pensado,
sino un llamado a la reflexión y a la discusión crítica del entorno
eclesiástico y espiritual vigente. La Iglesia del Castillo se encontraba en la
calle principal de la ciudad, y su gran puerta era considerada como un foro
público de comunicación, el lugar lógico para colocar noticias importantes. Las
tesis fueron escritas en latín, la lengua de la iglesia y de los estudiosos de
las Escrituras. Sin embargo, el hecho generó una intensa controversia entre
Lutero y el clero aliado al Papa, en cuestiones de doctrinas y prácticas. La Reforma del siglo XVI tuvo sus precursores, quienes
trataron de recobrar el cauce original de la iglesia fundada por Jesucristo y
sobre él. San Francisco de Asís (1181-1216), un monje italiano, denunció la
lujuria, la vanagloria y el ejercicio del poder despótico, presentes en la vida
y en la práctica eclesiástica; además, abogó por la vida sencilla, abnegada y
dedicada a Dios. El inglés Juan Wycliffe (1330-1384) redactó algunos ensayos en
los que denunció las acciones corruptas de la iglesia y defendió la doctrina de
la salvación por medio de la fe. Por su parte, Jan Huss (1370-1415), un
sacerdote checoslovaco, tradujo el texto bíblico a otras lenguas y denunció el
comportamiento de los clérigos católicos. De alguna manera, Lutero fue
impresionado por tales caracteres, entre otros, al considerar el énfasis
teológico reformador y sus consecuencias prácticas. En el inicio del siglo XVI, la Iglesia católica pasaba
por un período tenso. La Reforma tomó lugar en un ambiente económico
conflictivo. Por un lado, la iglesia central de Roma combatía y denunciaba la
usura (el préstamo de dinero a cambio de grandes intereses), defendiendo el
principio del precio justo (una teoría incompatible con el sistema económico de
la época). Pero, por otro lado, ella era poseedora de grandes extensiones de
tierra y recibía tributos feudales que eran controlados por el papado. Moral y
éticamente, la Iglesia católica experimentó un período de decadencia. Las
cuestiones políticas y económicas llegaron a ser más preponderantes que las
religiosas. Para aumentar su caudal monetario, recurrió a prácticas
cuestionables tales como la venta de los cargos eclesiásticos, la venta de
reliquias y, especialmente, la venta de indulgencias (el perdón de los pecados
y la disminución del período de confinamiento en el purgatorio a cambio de
cierto precio). El papa Leo X sancionó la práctica de las indulgencias, autorizando
las reducciones del castigo por los pecados a las personas que diesen dinero
para la construcción de la Basílica de San Pedro, en Roma. Según Lutero, era
ofensiva, escandalosa y denigrante la forma en que se vendían y se
promocionaban las indulgencias. El encargado principal de la venta de
indulgencias, Juan Trotzel, proclamaba: «Tan pronto como caiga la moneda en la
cajuela, el alma del difunto al cielo vuela”. Esto exasperó a Lutero: fue la
causa principal que desencadenó su crítica a la iglesia y dio lugar al inicio
de la Reforma protestante en Alemania. Lo que había comenzado como una simple protesta por
parte de Martín Lutero culminó siendo un movimiento transformador de la iglesia
y de toda la sociedad. En síntesis, la Reforma protestante puso las cosas en su
lugar. Por una parte, condenó la venta de indulgencias y de las reliquias;
confrontó con las ostentaciones de la iglesia y del clero; cuestionó la
adoración de los santos; lideró la eliminación de algunos sacramentos, excepto
la Cena del Señor (eucaristía) y el bautismo; provocó la extinción del clero
regular (las órdenes religiosas exclusivistas) y de las tradiciones y rituales
en los cultos religiosos; sacó las imágenes idólatras de las iglesias; abogó
por el fin del celibato (la prohibición del matrimonio de sacerdotes). Por otra
parte, la Reforma inició un cambio teológico positivo dentro de la iglesia,
resumido en cinco postulados esenciales que se conoce como «Las cinco solas de
la Reforma». 1. Sola Scriptura: La Palabra de
Dios es la máxima autoridad en materia de fe y práctica cristiana. La verdad se
encuentra solamente en la Biblia. El gran aporte de la Reforma fue fomentar el
acercamiento de los miembros de la iglesia a la Palabra de Dios, revelada en la
Biblia, su lectura en el idioma popular y el seguimiento de sus enseñanzas como
el fundamento de la vida que agrada a Dios (Gálatas 1.6-10; 2 Timoteo 3.16; 2
Pedro 1.3). 2. Sola fide: La salvación
(redención) solo puede ser efectuada cuando ponemos nuestra fe en Jesucristo,
quien murió por nosotros, excluyendo la posibilidad de que nuestras obras
puedan contribuir para nuestra justificación ante Dios (Efesios 2.8-9; Romanos
3.28). 3. Sola gratia: La
gracia de Dios –unilateral, incondicional, proactiva– es un don de Dios, y el
medio por el cual el creyente pecador recibe de forma inmerecida la salvación.
Esta se basa sobre los méritos de Cristo, alcanzados en su vida, su muerte y su
resurrección (Efesios 2.8). 4. Solus Christus: Solo Cristo salva. No hay otro nombre, ni otro
medio. Queda excluído, así, todo otro camino para llegar a Dios (Hechos 4.12). 5. Soli Deo gloria: El propósito de
la salvación recibida y de la existencia redimida es glorificar a Dios, poner
de manifiesto las excelencias o virtudes de su carácter y gozar de la eternidad
en su presencia (Efesios 1.4-6; 1 Pedro 2.9). Tal vez, teniendo en cuenta el día de la Reforma,
podemos agregar un sexto postulado, que se aplica a nuestro contexto
latinoamericano: Solus
Spiritus Sanctus. Actualmente, el vicario de Cristo
es el Espíritu Santo (Juan 14.16-17). él inspiró a los profetas (2 Pedro 1.21);
convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16.7-15); mora en la
iglesia (Efesios 2.20-22) y en cada creyente (1 Corintios 3.16; 6.19),
proveyéndole la renovación de su espíritu, la transformación de su carácter, la
guía de su conducta y la investidura de poder para efectuar el servicio a Dios,
a la iglesia y al mundo (Hechos 1.8). Cabe aclarar que el término «protestante» deriva del
latín protestari, ‘declaración pública’ o ‘protesta’. Está
asociado a las tesis enunciadas en una carta de protesta de príncipes alemanes
luteranos en contra de la decisión de la Dieta de Espira (1529). En ella se
reafirmaba el edicto de la Dieta de Worms (1521), que excomulgó a Martín Lutero
por hereje y rechazó las noventa y cinco tesis. En un espíritu de gratitud y respeto a la tradición
protestante, enfatizamos el sentido de oración que animó a Lutero. él dijo:
«Señor Dios, Tú me has puesto en tarea de dirigir y pastorear la iglesia. Tú
ves cuán inepto soy para cumplir tan grande y difícil misión, y si yo lo
hubiese intentado sin contar contigo, desde luego lo habría echado todo a
perder. Por eso, clamo a ti. Gustoso quisiera ofrecer mi boca y disponer mi
corazón para este menester. Deseo enseñar al pueblo, pero también quiero, por
mi parte, aprender yo mismo continuamente y manejar tu Palabra, habiéndola
meditado con diligencia. Como instrumento tuyo, utilízame. Amado Señor, no me
abandones en modo alguno, pues donde yo estuviera solo, fácilmente lo echaría
todo a perder. Amén». Bien podemos captar, meditar y atesorar el sentido de
adoración y alabanza, expresados en sus dotes poéticas. En nuestro entorno
actual, hemos abandonado los himnos tradicionales en favor de expresiones
populares posmodernas de alabanza. Renovemos, por tanto, nuestras mentes. Demos
lugar al sentido lírico, a la intención significativa del himno compuesto por
Lutero: Castillo
fuerte es nuestro Dios, que
se ha cantado en este día por generaciones de cristianos en el mundo entero:
Castillo fuerte es nuestro Dios,
defensa y buen escudo.
Con su poder nos librará
en este trance agudo.
Con furia y con afán,
acósanos Satán.
Por armas deja ver
astucia y gran poder,
cual él no hay en la tierra.
Luchar aquí sin el Señor,
cuán vano hubiera sido.
Mas por nosotros pugnará
de Dios el escogido.
¿Sabéis quién es Jesús,
el que venció en la cruz?:
Señor de Sabaoth,
omnipotente Dios.
él triunfa en la batalla.
Por Pablo Polischuk, PhD
Senior Professor of
Psychology and Pastoral Counseling
|